El Suspense según Billy Wilder.

Una de las grandes adaptaciones fílmicas de la obra de Agatha Christie, en este caso se trata de la adaptación de un relato corto titulado «Testigo de Cargo». La película pasa por ser una extraordinaria aportación de Billy Wilder al subgénero del cine de juicios. Wilder parece reinterpretar a Hitchcock en sus habituales tramas de suspense en las que se manipula habilmente al espectador para hacerle desembocar en desenlaces no previstos. Las premisas del género quedan claras pero Wilder las macera para arrancarle virtuosas notas de humor, brillantes dialogos y, por encima de todo unas interpretaciones maravillosas. Sobresaliente Charles Laughton como abogado defensor de ese (presunto) inocente interpretado por Tyrone Power. Laughton interpreta uno de sus mejores papeles, dota al personaje de mucha sensibilidad, las escenas iniciales domésticas presentan a un personaje mordaz pero a la vez infantil que contrastan con las del  implacable abogado de los tribunales, el actor supo explotar un físico rotundo y emplearlo como afinado instrumento interpretativo. Pese a ser un film de ingeniosos dialogos, la comicidad gestual de Laughton trasciende los mismos o los complementa para meterse al público en el bolsillo. El director orquesta una trama para que el espectador empatice con ciertos personajes aunque no siempre éstos corresponden al espectador debidamente, licencias del suspense en la que no siempre todo es lo que parece ser. No desvelaremos nada, sólo apuntar finalmente que el personaje principal femenino es interpretado por Marlene Dietrich, como inesperada «testigo de cargo», brillante creación de la actriz en un camaleónico y complejo papel. No importa si ya la hemos visto y conocemos el final, en cada visionado hay un nuevo matiz interpretativo o escénico que se nos escapó anteriormente.

«LA SEMILLA DEL DIABLO» (Rosemary`s baby). (1968).

Film memorable y puesta de largo del género de terror. El cine de terror fue siempre un género
adscrito en su mayor parte a producción de mediano o bajo presupuesto, se pretendía hacer films de terror efectivos y asequibles. Luego la historia nos descubre que no siempre humildes trabajos denotan ausencia de calidad, la
apuesta de de «La Semilla del diablo» es mucho más ambiciosa, se propone una historia inteligente, bien rodada y fotografiada. La productora del film, Paramount contaba con acaso el mejor ejecutivo de producción de su generación Robert Evans que, sorprende a todos en su empeño de contratar a un joven director europeo, Roman Polanski de cierto prestigio en esfera europea pero prácticamente desconocido en la industra norteamericana. La maestria de Polanski estriba en gravitar toda la trama entorno al personaje femenino de Mia Farrow, ella y John Cassavetes interpretan a una joven pareja que decide mudarse al emblemático edificio Dakota en Manhattan, junto a Central Park (en la pelicula llamado Bramford) donde deciden tener un niño y, como el título español nos desvela, se fragua la posibilidad de que ese niño sea una naturaleza demoníaca fruto de una especie de aquelarre previo perpretrado por unos misteriosos vecinos y que cuenta al parecer con la complicidad del marido que recibiría a cambio favores en el ambito profesional. La trama, pues es trabajada desde la óptica del personaje femenino, el espectador respira por un personaje en deterioro físico y mental al que hace cuestionarse si los temores
son imaginación o paranoía de una madre primeriza o una compleja trama demoníaca urdida para dar descendencia al demonio. Al espectador, de hecho, nunca termina de dársele la certeza de los hechos, se camina siempre desde la
subjetividad de la madre. Es cine de terror psicológico, sin estridencias, cuyos miedos son la pérdida de la razón de un personaje que se debate entre la verdad o la paranoia, son temáticas que ya previamente habia abordado Polanski
en la delirante «Repulsión» (1965). En fin, una de las obras maestras del cine de terror que posee además una historia maldita detrás que afectó a la propia película y a su director pero que dejaremos para otro día.